sábado, 7 de diciembre de 2013

Tu camino hacia el otro lado

Había una calle llena de puertas, cada una de distinta forma, apariencia y color, y detrás de cada una de ellas se adivinaba una persona distinta, mirando a través de una mirilla, oculta, con miedo, curiosas de ver quien pasaba por delante de su casa y como pasaba. Se escuchaba un continuo murmullo de cotilleos y de mentiras. Todas ellas tenían envidia de la puerta de cada una de las otras y cuando alguien pasaba y se paraba en otra puerta y no en la suya, se llenaban de rabia y frustración, de envidia y egoísmo, preguntándose ¿y porque no se paro en la mía y si en la de esa otra? Y así pasaban sus días descolgados de un calendario poco a poco. Mientras tanto, quien pasaba por aquella calle se llenaba de sensaciones negativas, y cuando por fín salía de ella, se apoderaba de ellas una imperiosa necesidad de limpiarse de todas aquellas sensaciones y dejar en el olvido cuando antes todas aquellas puertas que adivinaban personas detrás de ellas llenas de egoísmo y maldad.

Pero antes de seguir sus caminos se quedaban al otro lado del final de esa calle mirando hacia ella, e intentando poder entender por qué en aquella calle habitaba tanta amargura, y cuando sus miradas se dirigían hacia esa calle después de haber pasado por ella, a ratos veían una mujer con una túnica y de aspecto radiante y llena de vida que despacio pero segura, entraba por la calle una y otra vez, parándose cada vez en puertas distintas a las que llamaba y ninguna contestaba aunque se sabia estaban habitadas. Al cabo de un rato, aquella mujer misteriosa entró por la calle por última vez y despacio pero segura, sus pasos continuaron hacia el final y pasó tranquila delante de mí que, curioso, le pregunte: ¿porqué llamas una y otra vez a las puertas sabiendo que no te van a abrir? Y ella se paró un instante y sin mirarme contestó: por si acaso alguna llegó a descubrir que ya estaban muertas en vida viviendo así.

Y siguió su camino, en busca de otra calle, de otras puertas y con la esperanza de encontrar en alguna de ellas que hubiera descubierto que vivian sin vivir, que existían sin existir, y quisieran abrir su vida. Ahora ya no miro hacia esa calle que tan mala sensación me dio porque mi mirada se dirige ahora hacia aquella figura que se aleja cruzando el puente entre la existencia sin vida y existir para vivir y que me hizo entender que no merece la pena perder ni un segundo pasando por una calle de personas que no soportan que alguien pueda querer vivir cuando ellas hace mucho tiempo que murieron a la vida. Y seguí a aquella figura y cruce el puente con ella, al otro lado. Y viví.

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