
Tú, que me conocías por mi nombre ya antes de nacer, que me has pedido paciencia cuando perdí todo. Tú que me pides fe sacrificándolo todo por creer en ti y aun cuando mis ojos no ven hoy lo que es parte de mi. Tú que has visto y ves como el corazón se me consume entre la amargura y el llanto. Tu que ves como las pesadillas de la noche me persiguen y sólo al llegar la luz del día parecen dormir. Tu que estás en el miedo y el hambre, dándome la mano al borde del abismo.
¿Por qué me ocultas entonces continuamente tu rostro aún sabiendo que estas? ¿Por qué no escucho tu voz aunque continuamente me hablas y la busco aún en la brisa suave? ¿Por qué no me consuelas esta lágrima que se derrama de mi alma?
Hoy mi vida anda con el corazón quebrado y la esperanza en penumbras, pero se que tú, aún desde mi rabia y angustia, sé que estas ahí, en mí, en todo, y sales a mi encuentro sin demora. Tú, Dios mio, que me ves como soy y quien soy, no tardes en venir.
Dedicado a todos aquellos que creen y quieren creer que siempre hay esperanza.
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