Dios mio. Dios de lo alto y de lo bajo. Tu que me susurras tu presencia al oido, a mi corazón en cada instante. Tu que en las desgracias me gritas ¡aquí estoy!, y en las alegrías me susurras ¡es mi regalo!. Tú que estás ahí, acá y en todas partes, con el bueno y con el malo, en el abrazo de amor, en el beso tierno y en la amargura de la desgracia. Tú, Dios mio, que me has visto sufrir al amar, al trabajar, al tener compasión y misericordia.
Tú, que me conocías por mi nombre ya antes de nacer, que me has pedido paciencia cuando perdí todo. Tú que me pides fe sacrificándolo todo por creer en ti y aun cuando mis ojos no ven hoy lo que es parte de mi. Tú que has visto y ves como el corazón se me consume entre la amargura y el llanto. Tu que ves como las pesadillas de la noche me persiguen y sólo al llegar la luz del día parecen dormir. Tu que estás en el miedo y el hambre, dándome la mano al borde del abismo.
¿Por qué me ocultas entonces continuamente tu rostro aún sabiendo que estas? ¿Por qué no escucho tu voz aunque continuamente me hablas y la busco aún en la brisa suave? ¿Por qué no me consuelas esta lágrima que se derrama de mi alma?
Hoy mi vida anda con el corazón quebrado y la esperanza en penumbras, pero se que tú, aún desde mi rabia y angustia, sé que estas ahí, en mí, en todo, y sales a mi encuentro sin demora. Tú, Dios mio, que me ves como soy y quien soy, no tardes en venir.
Dedicado a todos aquellos que creen y quieren creer que siempre hay esperanza.
Tú, que me conocías por mi nombre ya antes de nacer, que me has pedido paciencia cuando perdí todo. Tú que me pides fe sacrificándolo todo por creer en ti y aun cuando mis ojos no ven hoy lo que es parte de mi. Tú que has visto y ves como el corazón se me consume entre la amargura y el llanto. Tu que ves como las pesadillas de la noche me persiguen y sólo al llegar la luz del día parecen dormir. Tu que estás en el miedo y el hambre, dándome la mano al borde del abismo.
¿Por qué me ocultas entonces continuamente tu rostro aún sabiendo que estas? ¿Por qué no escucho tu voz aunque continuamente me hablas y la busco aún en la brisa suave? ¿Por qué no me consuelas esta lágrima que se derrama de mi alma?
Hoy mi vida anda con el corazón quebrado y la esperanza en penumbras, pero se que tú, aún desde mi rabia y angustia, sé que estas ahí, en mí, en todo, y sales a mi encuentro sin demora. Tú, Dios mio, que me ves como soy y quien soy, no tardes en venir.
Dedicado a todos aquellos que creen y quieren creer que siempre hay esperanza.
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