sábado, 9 de noviembre de 2013

Una oración

Dios mio. Dios de lo alto y de lo bajo. Tu que me susurras tu presencia al oido, a mi corazón en cada instante. Tu que en las desgracias me gritas ¡aquí estoy!, y en las alegrías me susurras ¡es mi regalo!. Tú que estás ahí, acá y en todas partes, con el bueno y con el malo, en el abrazo de amor, en el beso tierno y en la amargura de la desgracia. Tú, Dios mio, que me has visto sufrir al amar, al trabajar, al tener compasión y misericordia.

Tú, que me conocías por mi nombre ya antes de nacer, que me has pedido paciencia cuando perdí todo. Tú que me pides fe sacrificándolo todo por creer en ti y aun cuando mis ojos no ven hoy lo que es parte de mi. Tú que has visto y ves como el corazón se me consume entre la amargura y el llanto. Tu que ves como las pesadillas de la noche me persiguen y sólo al llegar la luz del día parecen dormir. Tu que estás en el miedo y el hambre, dándome la mano al borde del abismo.

¿Por qué me ocultas entonces continuamente tu rostro aún sabiendo que estas? ¿Por qué no escucho tu voz aunque continuamente me hablas y la busco aún en la brisa suave? ¿Por qué no me consuelas esta lágrima que se derrama de mi alma?

Hoy mi vida anda con el corazón quebrado y la esperanza en penumbras, pero se que tú, aún desde mi rabia y angustia, sé que estas ahí, en mí, en todo, y sales a mi encuentro sin demora. Tú, Dios mio, que me ves como soy y quien soy, no tardes en venir.

Dedicado a todos aquellos que creen y quieren creer que siempre hay esperanza.

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