jueves, 28 de noviembre de 2013

Olas del Cantábrico

Amanece en el Cantábrico, rompiendo olas furiosas de desencanto de muchos años. Ella mira tras la ventisca, buscando un horizonte por encontrar, deseado, añorado. La humedad del viento se le cala hasta los huesos y su mirada brilla a causa de las lágrimas que a duras penas se desprenden. Al borde del dique deseaba dejarse llevar por la tempestad hasta donde la llevara, y no hizo nada por evitar el riesgo del precipicio que amenazante estaba ante ella. Su vida, llena de obligaciones pero vacía de caricias, de abrazos, de compañía humana que la hiciera sentir mujer, le ahogaban el alma suspirando. Ya había perdido la esperanza, y aun habiendo estado en ese momento al límite, se dijo a sí misma, "aguantare hasta mañana". Se volvió, y entre el viento que la llevaba, fue despareciendo poco a poco por las calles húmedas hasta su casa. Al día siguiente, cuando salía camino de su trabajo una mirada se cruzó ante su vista, y sintió en el fondo de su alma un despertar provocado por esa mira-da que la miraba, que la veía, que la descubría, y ya no pudo dejar de pensar en esa mirada cada día. Todos los días la buscaba y ansiaba volver a verla, pero la demora fue haciendo que se entristeciera de nuevo, y cuando ya perdía la esperanza, allí, en una esquina, levemente apoyado en la fachada, estaba él, el dueño de esa mirada. Todo su interior se removió, y sus pasos empezaron a andar despacio hacia él, hasta que estuvo muy cerca. Él la miraba, y ella, entre nerviosas y deseosa, esperaba que le dijera algo que la hiciera dar el último paso. No hizo falta. Él la volvió a mirar y dio el paso por ella. Se acerco a sus labios y se los besó como nunca antes se los habían besado. Se abrazo a él, y cogidas las manos, empezaron a andar sin rumbo, por el paseo, donde las olas rompen en el Cantábrico, y ya no volvieron la vista atrás nunca más.

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