Mirando a través de una rendija, de soslayo,
como quien no tenía intención de mirar, como quien no pretendía dirigir su
mirada hacia ninguna intención, descubres todo lo que pasa desapercibido,
aquello que se susurra a través de la brisa y que te despierta con sensación de
una llamada a lo lejos.
Abres una puerta, abres otra puerta, pero
por más que intentas localizar una indicación que te lleve hacia lo que
realmente quieres descubrir, a poco que casi crees rozar con los dedos, la
sensación se esfuma por que lo que tocabas no era real. La mirada sigue buscando
inquieta, en cada instante, un sentido, algo que merezca la pena contemplar en
toda su realidad, pero no encuentras nada, porque las imágenes pasan por delante
de ti en desbandada, continuamente, y para cuando entre la ingente cantidad de
cosas se confunde una esencia original, entonces por un instante tus ojos
brillan, delatando que aquello que ves parece merecer la pena.
Con el transcurso de los años, lo que veías
que te asombraba, ahora lo miras sin más, sin que te arranque ninguna sensación.
Y poco a poco, progresivamente, dejas de mirar lo que se te presenta delante de
ti, para empezar a mirar hacia ti, a tu corazón, dejando que tu alma te susurre
con imágenes de ti que son tu mismo. Dejas de mirar hacia fuera para descubrir
que lo que realmente merecía la pena ver, estaba dentro de ti, en ti.
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