sábado, 25 de febrero de 2017

Tanto crees en ti mismo, tanto vales para ti mismo

Hay un miedo a la pobreza, a la indigencia, a perder las seguridades que laboriosamente nos hemos creado sobre la base de arenas movedizas. Creemos estar seguros en un palacio de papel que a la más mínima brisa se tambalea y cae. Perdemos el horizonte del camino, y la distancia se hace infinita porque la senda se ha borrado. Ese pánico a perder lo que creemos poseer en realidad es una ilusión, porque nada tienes y nada posees. Solo te tienes a ti mismo, y solo tu eres real para ti mismo. Los demás solo ven una ilusión de ti, una imagen que proyectas y que cada ser que pasa por tu vida interpreta según su punto de vista. Se crea una imagen de ti. Y la gente vive creándose imágenes falsas de cara a los demás: prestigio, simpatía, méritos con segundas intenciones. "Tanto tienes, tanto vales." ¿Habrá aforismo más insensato que ese? Yo diría más bien: "Tanto crees en ti mismo, tanto vales para ti mismo". A fin de cuentas cuando crees en ti, estas seguro de ti, y te sientes sólido, y nada de lo que te rodee exterior a ti puede entonces hacer tambalear tu seguridad. Y entonces ya no hay miedo, ya no hay inseguridad. Te basta con ser tu mismo. El borreguismo esta a la orden del día. Tu decides si quieres ser borrego o guía de tu propia existencia.Tu decides ser tu mismo o ser lo que los demás quieren que seas. Tu decides tener alas o dejar que te las rompan y te arrastres.

domingo, 5 de febrero de 2017

La princesita que se mentía a sí misma

Había una vez una princesita, tímida pero muy inteligente. Su timidez no le permitia dar pasos de compromiso, y su inteligencia sólo la resguardaba de su propia inseguridad. Desde pequeñita siempre tuvo la necesidad de demostrar que era la mejor, la más inteligente, la que mejores notas sacaba, y con ello, al menos se sentia segura en su mundo creado. Ella nunca se sentia culpable de nada, porque como su misma timidez no le permitía comprometerse, no había decisiones que tomar. Era mejor dejar que los demás decidieran por ella, era mejor esperar que los demás dieran pasos, era mejor sentir que la querían por sus méritos y por su belleza, pero ella nunca amaba. Se consolaba pensando que le bastaba el amor que los demás le tenían pero en el fondo no era más que una gran impotencia para amar ella. 

Un día llegó a su vida un principito y ella deseo ser amada por el. Él vio su belleza exterior, sus inteligencia, pero no podía ver su interior, y por más que lo intentó y esperó, ella pisoteaba cada gesto que el tenía con ella, cada intento por conocerla y amarla. Sintió que había jugado con él, que solo se había burlado de él. El tuvo mil detalles con ella, y ella no le regaló ni una mirada. Ella le decía que bastaba que la amara desde fuera y que ya abriría sus puertas, pero sus puertas nunca se abrían, antes al contrario, cada día que pasaba más cerrojos ponía aunque ella seguía reclamando amor de él. Ella no daba, pero reclamaba de el.

Finalmente, él se cansó, y ya no quiso intentar más conocerla, y sólo le pareció un fantasma que se diluía ante el. Y el principito se marchó. Ella no creía que se hubiera marchado, y creía que cada vez que lo llamara el acudiría, pero se engañaba, por que nadie es capaz de amar si no es capaz de dar. Toda su belleza, toda su inteligencia, quedó baldía, árida, sin sentido.

Los años pasaron, y ella, encerrada en su fantasía, aún sigue convencida que cada vez que lo llame el acudirá, sumida en el peor engaño de su existencia. La princesita ya no era bella y su inteligencia no le había servido de nada, porque la insensatez más grande de su vida la cometió al pensar que él siempre estaría, y que volvería...., pero nunca más volvió.