Hay amistades de un día. Otras están solo en los buenos momentos. Otras tantas dicen que siempre estarán y al día siguiente desaparecen, y las mas se nombran como amigos pero sólo son conocidos, extraños sin sentido. Pero existe una amistad que brilla en la oscuridad de los momentos malos, y aún en los buenos momentos los hace mejores. Esa amistad que te adivina cuando lo necesitas y que te intuye cuando caminas abatido. Esa amistad que aunque pasen mil años, siempre escucha la voz de tu llamada, donde no existen los rencores ni los malos entendidos, y que se crece con el tiempo, y que nunca te deja que tengas miedo porque su mano siempre te da fuerzas para levantarte cada vez que caes. Es esa amistad que dura siempre y que brilla en el corazón como una chispa reluciente. Es esa la verdadera amistad.
Ahora que ya he andado la mitad de mi vida quiero sentarme aquí, a la sombra de un árbol y al borde de ese camino, y reflexionar, y contaros lo visto y conocido desde mi visión de las cosas. Te diré lo que yo vi y viví. Estarás de acuerdo conmigo o no. Lo criticarás o simplemente te dará igual. Pero en cualquier caso aquí están estas sensaciones y retazos de mi camino, vivido y por vivir. Sólo cuento lo que aprendí al vivir, y aunque mi vida no es la tuya, todos aprendemos de todos.
lunes, 24 de octubre de 2016
domingo, 9 de octubre de 2016
El sonido de un tren que jamás volverá

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