Anoche el cielo se fue encapotando y adquirió ese color rojizo amenazante de tormenta. Las gotas de lluvia incipientes y tímidas al principio, eran el preámbulo de la intensidad de la tormenta que se avecinaba. El estruendo de la intensidad hizo acto de presencia y durante un tiempo resonó como eco impresionante descargando su furia, como si de rabia del cielo acumulada se tratara. Mi alma se estremece al escuchar el sonido del trueno pero no por la tormenta que caía sino por el recuerdo de ella y de los breves días intensos y llenos de relámpagos de amor, deseado vivirse con toda la intensidad y el estruendo, electrizado por las sensaciones de cada gota de amor. Pero al igual que la tormenta que me acompañaba en ese momento y que al poco tiempo desapareció, haciendo un silencio absoluto, el resplandor que ella dejó en mi alma con sus relámpagos de amor, han iluminado mi alma haciéndome mejor. Ella ya no está al igual que la tormenta que cesó, pero el sonido de su voz y la luz de su mirar, han marcado su nombre en las calles de mi corazón, y como cada gota de lluvia de las sensaciones que me despertó, corren ahora haciéndose un cauce de horizonte de amor. Ahora miro a través del cristal de la ventana, de la humedad que empaña la noche y ella ya no está, pero me dejó esa tormenta que me hizo temblar durante días. Una tormenta difícil de olvidar.
Ahora que ya he andado la mitad de mi vida quiero sentarme aquí, a la sombra de un árbol y al borde de ese camino, y reflexionar, y contaros lo visto y conocido desde mi visión de las cosas. Te diré lo que yo vi y viví. Estarás de acuerdo conmigo o no. Lo criticarás o simplemente te dará igual. Pero en cualquier caso aquí están estas sensaciones y retazos de mi camino, vivido y por vivir. Sólo cuento lo que aprendí al vivir, y aunque mi vida no es la tuya, todos aprendemos de todos.
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