Amanecía en el horizonte con su amor entre las manos, y encontró la esperanza entre las manos de ella, que me regaló sus alas para volar al paraíso, acostumbrándome a respirar solo pronunciando su nombre. Cargué mi mochila de ansia e intensidad y caminé hacia el infinito, camino de la eternidad. La sed del camino la sacie con sus labios y el cansancio del caminar lo recuperaba cogido de su mano. Felicidad era el nombre con el que nos reconocíamos a cada instante, y a la respuesta al amor le dimos el nombre de ilusión. La realidad desapareció y creamos un mundo de emoción, de deseo y pasión, cercanos y lejanos, humanos y hermanos, reconocidos como únicos entre los únicos. Los obstáculos del camino los ignoramos y su silencio me mató, porque el amor en el horizonte me descubrió que era solo mi ilusión, que nunca podría ser. Ahora mi mochila esta más llena de ilusión, ahora mi mochila sigue buscando su rostro en todas ellas y sus gestos en cada mujer, esperando reconocer algún día que sea solo ella y que el amor en el horizonte no sea una ilusión, y que el camino sea real y andado con emoción, hacia el infinito, hacia la eternidad, reconociendo su nombre, ese que es el nombre de la mujer, única entre las únicas.
Ahora que ya he andado la mitad de mi vida quiero sentarme aquí, a la sombra de un árbol y al borde de ese camino, y reflexionar, y contaros lo visto y conocido desde mi visión de las cosas. Te diré lo que yo vi y viví. Estarás de acuerdo conmigo o no. Lo criticarás o simplemente te dará igual. Pero en cualquier caso aquí están estas sensaciones y retazos de mi camino, vivido y por vivir. Sólo cuento lo que aprendí al vivir, y aunque mi vida no es la tuya, todos aprendemos de todos.
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