
Por eso no importa. Al menos un segundo de la
existencia vivida queda reflejada en un papel, una impronta existencial, y se
guarda como un tesoro, aferrándose a vivir ese momento continuamente al mirarlo
de frente.
Así quedan esos retazos de la existencia en
imágenes congeladas y que al mirarlos adquieren otra vez movimiento y vida
nuevamente, en la mente y en el corazón, y a veces, aún en el dolor.