De todos aquellos que pasaron por mi vida de puntillas, que miraron de reojo, cogieron su interés y siguieron su camino, de todos esos he recapitulado, y me dije a mi mismo que el ser humano ansía lo que no tiene y desprecia lo que posee. Esa trágica ironía es la avaricia de la existencia. Llegan, roban un pedazo de tu existencia y se van. Mejor dejarlos marchar siempre en su vana esperanza de poseer lo que no se puede poseer. A fin de cuentas quien no mira de frente anda siempre con la mirada perdida en ninguna parte, esperando ver lo que nunca aparecerá. Hay quien añora pasados donde alguna vez sonrió y olvida todas las sonrisas que aún le quedan por compartir. Los años, el tiempo va mostrando la realidad de lo que es y no es, que nada posees porque nada te llevarás, que pasaste como una ráfaga en el tiempo y que sólo quien le habló a tu corazón se acordará de ti, y te llevará en la mente y en la memoria. Ahora he parado y con serenidad miro al infinito y me hablo a mi mismo, consolando el alma cansada. Recobro el aliento y vuelvo a pasear por la orilla del tiempo hasta que se agote su cauce. Las manos en los bolsillos vacíos y el alma llena de vida, sonrío y me digo a mi mismo: nada hay nuevo bajo este cielo, así que mejor vivir cada instante hasta que amanezca por fin en el paraíso. Vive aquí y ahora que ya resucitarás a su tiempo.
Ahora que ya he andado la mitad de mi vida quiero sentarme aquí, a la sombra de un árbol y al borde de ese camino, y reflexionar, y contaros lo visto y conocido desde mi visión de las cosas. Te diré lo que yo vi y viví. Estarás de acuerdo conmigo o no. Lo criticarás o simplemente te dará igual. Pero en cualquier caso aquí están estas sensaciones y retazos de mi camino, vivido y por vivir. Sólo cuento lo que aprendí al vivir, y aunque mi vida no es la tuya, todos aprendemos de todos.