Entre pasillos de hospital y salas frías, de noches de guardia y de colores sanitarios, marcaba sus pasos recorriendo una y otra vez los pasillos mientras evocaba sensaciones de amor y deseo encontrados, refugiándose en su trabajo como escape, creyendo que su mente científica la salvaría de cualquier cosa, pero sin saber de su falsa seguridad. Quiso enamorarse y sentirlo, si, pero su mente cuadriculada la hacía ir a lo práctico, a buscar solo una pieza que encajara en su rompecabezas. A recibir pero sin dar, cómodamente. Miradas de deseo escondido acechando por los pasillos de aquel hospital, buscándola y a poco que salía, en su casa sus obligaciones, cumplir como debía cumplir, sin arriesgar, sacrificando hipocritamente sus sentimientos pensando que lo hacía en pro de un bien mayor. Engañada en lo cotidiano al creer que todo estaba controlado. Pensando que era lo correcto sin darse cuenta de lo incorrecto. Obligándose a ser profesional, fuerte y tenaz, luchadora contra todo, pero al fin tan indefensa que solo en sus sueños lo puede confesar. A escondidas disimulando la verdad, para ser ejemplo de ningún ejemplo. Y al día siguiente, una vez más, de vuelta a los pasillos fríos de hospital, buscando un amor entre la vida y la muerte, algo que nunca llegará. Porque una vez lo encontró y al instante lo dejó escapar. Guardando la imagen pública ante ningún público que mirar.
Abrió un libro y sin querer leyó:
"Pensé que estaba en lo cierto, y engañada jamás me dí cuenta, que lo que deje escapar jamás volverá". Ahora sigue soñando en un amor cómodo, que le de pero sin ella dar. Ese es el epitafio de la muerte de un amor que nunca será, doctora andadora de pasillos en pos de la vida, en pos de la verdad que nunca encontrará, buscando un amor que nunca encontrará, sola en su soledad. Nada más.